Todos tenemos una mañana en particular que al despertar y poner el primer pie en suelo firme, sabemos que Murphy será nuestro aliado durante el largo día que nos espera.
De este modo, el calentador se estropea, la espuma de afeitar se agota, la tostadas se queman, las llaves se olvidan encima de la mesa, el móvil resbala de las manos en el ascensor y se desliza hasta el hueco (mira que existen inventos y nadie puso remedio al maldito espacio que queda entre ascensor y pared, fijo que los de mantenimiento han llegado a encontrar hasta microchips de misiles soviéticos), los semáforos coinciden todos en rojo y el cálculo que uno tiene para llegar puntual al trabajo se va al garete, y sin móvil pues no es posible avisar (y no somos nadie).
Todo el día transcurre de la misma forma, aderezado por la tragicomedia, sin más desgracia que la anécdota y sin cambios importantes en la vida de uno que no puedan ser solucionados.
Pero así con todo, da mucho gusto acostarse esa noche y despedir a Murphy, quien probablemente visitará al vecino para pasar el siguiente día puteándole, con mucho cariño y buen humor, pero que que no hace ninguna gracia.
Jejeje, qué malos son esos días de Murphy. A mí se me han caído ya unas cuantas cosas por ese hueco que mencionas del ascensor XD
ResponderEliminarje,je...es curioso que existan lugares tan recónditos donde se almacena de todo, como en el interior de un futbolín. Recuerdo cuando no salían las pelotas, lo abrían y podías encontrar hasta un tesoro corsario...
ResponderEliminar