Existen gran cantidad de directores y profesionales que, además de entrar por la puerta grande en la industria del cine, lo hacen mediante el arte y van más allá. Utilizan diversas vertientes artísticas para mostrarlas en la pantalla pero sin que ello sea el tema principal y que caigan en aburrimiento.
Al contrario, saben como introducirnos, mediante la vida de unos personajes, en el mundo de la música, del teatro, de la danza, de la opera, o de un deporte específico. Sin darnos cuenta, a través de la belleza que el director ha sabido transmitir, por primera vez en nuestra vida provoca que aquella actividad sea atractiva y nos llame la atención.
Por ejemplo, la primera vez que disfruté de "Azul" de Kieslowski, me llamó la atención la composición en música clásica, su complejidad, inspiración y belleza. Cuando termina el film sabes que lo principal ha sido la historia de unos personajes, el sufrimiento ante una pérdida y las sorpresas que depara la vida. Pero ésto no quita para que el modo de contarlo a través de unas partituras, mezcladas con tonos azulados, sea lo más atractivo de todo junto al regusto que permanece durante mucho tiempo.
Un caso más reciente me ha sucedido con "Cisne negro" de Aronofsky. Partía con la previa idea de que la danza era aburrida e insípida para aquellos que no conocemos ese mundo. Desde el primer instante uno comienza a interesarse a través de la obsesión de la protagonista, nadie mejor que Natalie Portman para introducirte en una frenética historia danzando entre cisnes blancos y negros. No hace falta llegar al final para pensar la de belleza y emociones que encierra esta vertiente artística. Pronto me doy cuenta de que la danza mantiene todo aquello que siempre he apreciado en el cine; una historia emocionante mediante imágenes, sonido y música. Es más, incluso en la danza se multiplica al tener el contacto directo ante un público, compartida con el teatro.
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