domingo, 28 de agosto de 2011

184. FUERA DE LUGAR (3ª y última parte)

Una mañana, en el colegio, su maestra hizo una rueda de preguntas al ser vísperas de Halloween. Quería saber de qué se disfrazarían sus alumnos. Uno sería Drácula, otro sería un personaje más moderno, un zombie de una saga muy de moda en las pantallas de cine, el siguiente de hombre lobo americano, y la niña que le gustaba se convertiría en la novia de Chucky, pero Alejandro, dijo que iría de Alejandro. Todos se partían de risa mientras que la maestra le repetía una y otra vez que eso no podía ser, que ya era Alejandro, que tenía que disfrazarse de algo que diera miedo. Preguntó la razón. La maestra no supo que contestar. Entonces Alejandro le contó que, por la tradición aprendida en casa, tan sólo se disfrazaba en carnaval. Su maestra permaneció pensativa durante un corto periodo de tiempo, el justo y necesario para cambiar rápidamente de tema.

Alejandro tuvo una adolescencia normal, a la par que diferente al resto de sus compañeros. A sus dieciséis años tenía muy pocos amigos, tan sólo dos. Los tres salían cualquier sábado a desayunar a una cafetería moderna, donde se escuchaban sonidos de los sesenta y setenta, decorada con antiguos carteles de Pink Floyd y de Led Zeppelín.



Pasaban la mañana de compras en pequeñas tiendas del casco histórico que habían sobrevivido a la hecatombe de las grandes masas comerciales. Comían en un restaurante que servían delicias de diversos rincones del planeta. Un día libanés, otro un japonés y de vez en cuando catalanas y tortilla de patatas. Por la tarde se acercaban a la filmoteca y después volvían a casa, a seguir disfrutando en familia. Algunas noches iban de conciertos o al teatro, según apeteciera tras negociar democráticamente la agenda cultural.
Se miraban, se comprendían, se respetaban...

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